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¿Cómo la iglesia y los médicos salvaron a la industria del vino?

 

 

A comienzos del siglo XX, en los Estados Unidos, se creía que el alcohol era responsable de prácticamente todos los males de la humanidad. La sociedad norteamericana se hundía a toda velocidad en un pozo oscuro del que parecía imposible salir, por lo que necesitaban con urgencia encontrar un culpable a quien echar toda la culpa. En 1917, el Congreso aprueba la presentación de Andrew Volstead, en donde se prohíbe la venta, fabricación, importación y exportación de cualquier tipo de bebida alcohólica. Así se dio comienzo a uno de los períodos más nefastos de la historia de los Estados Unidos. La llamada “Ley Seca”, lejos de allanar el camino a la mesura, promovió la generación de un mercado negro, acentuó el poder de la mafia (con Al Capone a ala cabeza), y dio lugar a un contrabando descarado de licor proveniente de Canadá.


Para esta época, la industria del vino californiano venía creciendo a toda velocidad. El mercado se ampliaba y los vinos de la costa Oeste comenzaban a alcanzar un prestigio a nivel mundial cada vez mayor. Para estas bodegas, la aprobación de la enmienda XVIII a la constitución estadounidense significaba una ruina segura. De un total de casi 3000 bodegas en 1916, sólo unas cien pudieron sobrevivir para 1933, cuando la prohibición fue finalmente derogada. El secreto de estas pocas sobrevivientes se esconde en la lectura entre líneas de la ley, en donde se establecía claramente que “el licor con fines medicinales y el vino con fines sacramentales podían ser fabricados, comprados, vendidos, transportados, importados, exportados…”


Como resultado, durante estos años, la prescripción de alcohol para tratar todo tipo de dolencias fue moneda corriente, a la vez que se firmaron acuerdos entre la iglesia católica y las bodegas californianas, en donde éstas se volvieron proveedoras de vino para celebrar misa. El aumento de las cantidades de vino destinadas a la iglesia fue llamativo... La coartada ya estaba lista, podía usarse a la iglesia como excusa y aval legal para mantener en movimiento una industria que, de otra forma, hubiera desaparecido por completo.

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